Muy buen detalle el de la muñeca que parece que te hace un guiño...jejeje. Me recuerda a mi primera muñeca, uno de mis hermanitos le metió un ojo para dentro y se quedó como esa. Un abrazo.
A veces, querida Isabel, donde menos te lo esperas alguien, o algo, parece que te perfila, que te reconoce, haciendo posible algunas precisas y necesarias complicidades.
Del todo cierto, Luis. De ese mundo infantil, lleno de complejas y bellísimas simplicidades, no deberíamos desertar cómo solemos hacerlo para entregarnos al enemigo que ya no sabe jugar a serlo todo con nada.
Me parece que esa inquietud (lo que se mueve entre la ternura y el terror) que nos producen las muñecas y muñecos antiguos o simplemente caídos en desuso, procede de su peculiar manera de envejecer: sin una arruga pero sin poder ocultar los estragos del tiempo. Tal vez hay algo peor que hacerse viejo: volverse anacrónico.
Muy buen detalle el de la muñeca que parece que te hace un guiño...jejeje.
ResponderEliminarMe recuerda a mi primera muñeca, uno de mis hermanitos le metió un ojo para dentro y se quedó como esa.
Un abrazo.
El mundo infantil lleno de simplicidad y al tiempo de complejidad. Un abrazo
ResponderEliminarA veces, querida Isabel, donde menos te lo esperas alguien, o algo, parece que te perfila, que te reconoce, haciendo posible algunas precisas y necesarias complicidades.
ResponderEliminarAbrazo enorme y cómplice.
Del todo cierto, Luis. De ese mundo infantil, lleno de complejas y bellísimas simplicidades, no deberíamos desertar cómo solemos hacerlo para entregarnos al enemigo que ya no sabe jugar a serlo todo con nada.
ResponderEliminarAbrazo enorme.
Me parece que esa inquietud (lo que se mueve entre la ternura y el terror) que nos producen las muñecas y muñecos antiguos o simplemente caídos en desuso, procede de su peculiar manera de envejecer: sin una arruga pero sin poder ocultar los estragos del tiempo. Tal vez hay algo peor que hacerse viejo: volverse anacrónico.
ResponderEliminarOtro guiño para ti, Josep.